Estamos celebrando la aparición de El ojo de la tempestad, donde
Diego Techeira reunió toda la poesía –la poca edita, la mucha inédita-
de Saúl Pérez Gadea. Diego es responsable, además, del prólogo, que
tiene la virtud de presentar adecuada y extensamente a un gran poeta
uruguayo, que murió hace más de cuarenta años y que sigue siendo un
desconocido para los lectores de poesía y hasta para muchos poetas. Por
todo lo dicho, este libro se va a constituir en uno de los hechos de
mayor relevancia cultural del año 2014… Esto será así, aunque la mayoría
de los opinólogos mediáticos que hoy día se encargan de orientar –ante
la ausencia de crítica- en materia literaria, no quieran enterarse.
Pero el caso de Saúl Pérez Gadea es bien paradojal. Arrancó muy joven,
publicando su único libro formal, Homo-ciudad a los 19 años, en
1950. Un intenso y largo poema en definitiva que tiene como asunto el
impacto que Montevideo causó en el autor; desparejo pero brillante por
momentos, sacudió sin embargo el demasiado modoso y acartonado panorama
poético de entonces. Diego, con acierto, relaciona en su introducción
Homo-ciudad con el célebre poema de Allen Ginsberg, Howl,
aparecido pocos años después y que inauguró la poesía beat.
Este libro promisorio, apareció con un prólogo de Jesualdo Sosa, que
entonces era una figura central en el medio cultural, lo que fue un
espaldarazo singular para el joven poeta. Y recibió comentarios
entusiastas de escritores de prestigio internacional como Gerardo Diego
y Ramón Gómez de la Serna, y entre los uruguayos de los poetas Álvaro
Figueredo y Líber Falco, y –a su manera- del mismísimo Juan Carlos
Onetti.
Luego de este arranque tan auspicioso, Saúl Pérez se llamó a silencio
por mucho tiempo. Escribiendo pero no publicando, cosa que se dio recién
en mitad de la década siguiente, cuando apareció un librillo mal
mimeografiado, donde se reúnen los que siguen siendo al día de hoy considerados sus mejores poemas. No tuvo la difusión adecuada, ni
la crítica le prestó la atención que merecía por la calidad de algunos
de sus poemas. El propio Saúl repartía estos libritos a la entrada de la
Feria de Libros y Grabados, que por entonces se realizaba en el atrio
municipal.
Se
tuvo que encontrar a Saúl muerto, una mañana de 1969 en la playita del
gas, para que aparecieran poemas suyos en Marcha, De Frente, y muy pocos
medios más de entonces, acompañados de obituarios de circunstancia y
algún mínimo apunte crítico. Y después sobrevino el silencio y la
indiferencia ante una obra literaria –la edita; faltaba el resto del
iceberg- que en sus puntos más altos tornaba a su autor un nombre
insoslayable en la poesía de la segunda mitad de la pasada centuria.
Como una excepción a este ninguneo: fue incluido en la Antología de
poesía uruguaya del Siglo XX compilada por el crítico y profesor
Domingo Bordoli; pero no merecía el destrato al que lo sometió Bordoli,
dedicando la mitad de las mezquinas líneas introductorias a describirlo
borracho, casi como un loquito…
Conjurando esta niebla de olvido empecinado, colectivos de jóvenes
poetas en diversos momentos se acercaron a esta poesía, poniéndola en
circulación a través de revistas literarias. Lo hizo primero Los
huevos del Plata, en la última etapa de este grupo. Más adelante, ya
en dictadura, en 1975, elegimos –el poeta Roberto Mascaró y quien les
habla- un puñado de textos de Saúl de su cuaderno mimeográfico Poemas
, donde no faltaron “Cuando yo nací Helena” y “Hospital Vilardebó”,
que publicamos en el primer número de la revista Nexo, con una
escueta noticia y un sintético pero sustancial comentario de Roberto
titulado “Poesía en sombras de un poeta sombrío” del que vale recordar
algún fragmento: “Como aquel pintor suicida de
El Muelle de las Brumas, que cuando veía un bañista pintaba un ahogado,
Saúl Pérez Gadea instala su poesía en la negatividad… … No nace su
poesía de la alegría de festejar, del encuentro con relaciones armónicas
entre las cosas, sino del deseo de abolir, con el exorcismo de la
palabra, lo terrible presente”.
Años más tarde, en 1983, los poetas Francisco Lussich y Elder Silva
rescataron en Santa Lucía inéditos y cartas de Saúl, material que se
publicó en el último número de la revista Cuadernos de Granaldea.
Y ya avanzados los ochenta, el Grupo Uno volvió a publicar poemas
de Pérez Gadea.
Estas iniciativas, aisladas y discontinuas, no lograron hacer emerger
esta formidable obra poética del limbo de la ausencia, pero es
significativo que a través de dos décadas grupos alternativos y reacios
al canon cultural se pasaran la posta de la recuperación de la memoria
de este poeta. Y ahora es Diego Techeira, quien fue más lejos: rescató
los inéditos, los ordenó, y los publicó conjuntamente a la poesía edita
de Saúl en este libro, El ojo de la tempestad, en el primer y
bienvenido intento de colocarlo –por la contundencia de lo mejor del
conjunto, por la convincente introducción del compilador- en el centro
del acontecer cultural uruguayo.
Tal
vez ahora, cuando ya no están aquellos críticos que ignoraron o
ningunearon a este gran poeta, se le pueda hacer justicia, ubicándolo en
un lugar de primera línea en el contexto de la poesía de los años
sesenta.