jueves, 1 de octubre de 2015

Una lectura de “Mis extraños universos” - Diego Techeira


La imagen del nautilo resulta significativamente apropiada para presentar este poemario.

Es que una lectura atenta del mismo, que descorra el velo de una superficie discursiva metalingüística (en que parece que la palabra y la poesía son los temas principales), permite vislumbrar una apuesta más humana, una ansiedad encarnada, un conflicto alejado de cualquier abstracción, que echa raíces en lo temporal; específicamente, en el presente.

Un presente que desorienta, extravía las brújulas, se impone como un laberinto, un territorio ajeno que parece enajenar la propia existencia.

Ante esta desolación de “transeúntes sin destino” en que se ha transformado el mundo a causa del “imperativo categórico” de la posmodernidad, en esta abrumadora densidad de mensajes vacíos, de egos fanáticos, de autoexposición sin pudor y sin sentido, quien apuesta por el ser y no por el hacer o por el parecer, se ve confinado a la soledad, y debe necesariamente refugiarse en su intimidad. De ahí que la imagen del nautilo sea tan significativa.

Me importa destacar en este poemario un contenido político no explícito: la desolación que lo recorre como una médula arraiga en un presente despojado de ilusiones. La soledad aquí no es física (o no solamente), sino ideológica; no es existencialista: es secular: histórica.

Resulta de los abandonos (“las desilusiones, las traiciones, sueños rotos”) de una vida concebida como proyecto en común que se descubre de pronto desairada por quienes decidieron abandonar la ruta en el “camino a Itaca”.

No puedo dejar de relacionar esta imagen con la de la canción “Historia de la silla”, de Silvio Rodríguez. Estoy convencido de que este artista es un referente importante para nuestra autora. La que traigo aquí a relación es de las canciones que menos me interesan en su autor, pues se construye a partir de una metáfora demasiado obvia, de poco vuelo, con un mensaje demasiado directo en un autor acostumbrado a plantear en sus textos analogías más desafiantes.

Sin embargo, me resulta en este caso interesante unificar las propuestas de nuestra poeta con la del autor cubano cuando canta: “siempre vale la agonía de la prisa/ aunque se llene de sillas la verdad”, pero advierte que “el que tenga buen camino tendrá sillas / peligrosas, que lo inviten a parar”. 

María del Carmen Borda parece hablar de esas tentaciones cuando enumera: “soledades, la sed, el cansancio, los dolores, las desilusiones, las traiciones…”.

Antes tales abandonos, ella prefiere recordar de dónde viene, el camino que se ha trazado con la marcha, no olvidar que tantos sacrificios del pasado sólo tienen sentido si se los entiende a cuenta de la construcción de un destino diferente al que impone el “status quo”, que los abusos e injusticias continúan desangrando al mundo y mientras esta realidad continúe, Itaca sigue siendo el destino a alcanzar. Itaca, Passargada, Sansueña… las capitales de una realidad alternativa.

Y mientras el presente se empeñe en construirse mediáticamente como una simulación, una orquesta pantomímica de egos que hacen gestos ante su propio reflejo en el espejo, la intimidad solitaria servirá al verdadero poeta de refugio. Allí entrará en contacto con la palabra que lo salve, y la tenderá como una mano fraterna para no salvarse solo.