La imagen del nautilo resulta significativamente apropiada para presentar este poemario.
Es que una lectura atenta del mismo,
que descorra el velo de una superficie discursiva metalingüística (en que
parece que la palabra y la poesía son los temas principales), permite
vislumbrar una apuesta más humana, una ansiedad encarnada, un conflicto alejado
de cualquier abstracción, que echa raíces en lo temporal; específicamente, en
el presente.
Un presente que desorienta, extravía
las brújulas, se impone como un laberinto, un territorio ajeno que parece
enajenar la propia existencia.
Ante esta desolación de “transeúntes
sin destino” en que se ha transformado el mundo a causa del “imperativo
categórico” de la posmodernidad, en esta abrumadora densidad de mensajes
vacíos, de egos fanáticos, de autoexposición sin pudor y sin sentido, quien
apuesta por el ser y no por el hacer o por el parecer, se ve confinado a la soledad, y debe necesariamente
refugiarse en su intimidad. De ahí que la imagen del nautilo sea tan
significativa.
Me importa destacar en este poemario
un contenido político no explícito: la desolación que lo recorre como una
médula arraiga en un presente despojado de ilusiones. La soledad aquí no es
física (o no solamente), sino ideológica; no es existencialista: es secular:
histórica.
Resulta de los abandonos (“las
desilusiones, las traiciones, sueños rotos”) de una vida concebida como
proyecto en común que se descubre de pronto desairada por quienes decidieron
abandonar la ruta en el “camino a Itaca”.
No puedo dejar de relacionar esta
imagen con la de la canción “Historia de la silla”, de Silvio Rodríguez. Estoy
convencido de que este artista es un referente importante para nuestra autora.
La que traigo aquí a relación es de las canciones que menos me interesan en su
autor, pues se construye a partir de una metáfora demasiado obvia, de poco
vuelo, con un mensaje demasiado directo en un autor acostumbrado a plantear en
sus textos analogías más desafiantes.
Sin embargo, me resulta en este caso
interesante unificar las propuestas de nuestra poeta con la del autor cubano
cuando canta: “siempre vale la agonía de la prisa/ aunque se llene de sillas la
verdad”, pero advierte que “el que tenga buen camino tendrá sillas /
peligrosas, que lo inviten a parar”.
María del Carmen Borda parece hablar
de esas tentaciones cuando enumera: “soledades, la sed, el cansancio, los
dolores, las desilusiones, las traiciones…”.
Antes tales abandonos, ella prefiere
recordar de dónde viene, el camino que se ha trazado con la marcha, no olvidar
que tantos sacrificios del pasado sólo tienen sentido si se los entiende a
cuenta de la construcción de un destino diferente al que impone el “status
quo”, que los abusos e injusticias continúan desangrando al mundo y mientras
esta realidad continúe, Itaca sigue siendo el destino a alcanzar. Itaca,
Passargada, Sansueña… las capitales de una realidad alternativa.
Y mientras el presente se empeñe en
construirse mediáticamente como una simulación, una orquesta pantomímica de
egos que hacen gestos ante su propio reflejo en el espejo, la intimidad
solitaria servirá al verdadero poeta de refugio. Allí entrará en contacto con
la palabra que lo salve, y la tenderá como una mano fraterna para no salvarse solo.